Tomates Lola: el sabor de la honestidad

Mi amigo Federico Aparici, propietario de Tomates Lola, me ha hecho un regalo excepcional: una caja de su primera cosecha de tomates, unos tomates cuidados con esmero, como se cultivaban antes los alimentos, con semillas autóctonas, libres de OMG, sin aditivos, sin fertilizantes químicos, sin añadidos de laboratorio.

Como en el caso de sus famosas naranjas, los tomates de mi amigo Federico son una expresión de amor a la Tierra, de apego a las labores tradicionales del campo, a la agricultura honesta y sincera, que solo ofrece lo que nos da la Tierra, que es tanto y que tan olvidado teníamos.

Abrir uno de los tomates de mi amigo Federico es un festín de los sentidos. Saben a tarde de verano en las huertas de Cullera, a agua de pozo, a lluvia fresca, a brisa del mar aderezada con espliego, romero y genista.

Me dice Federico que la mejor manera de comerlos es al natural, abiertos sobre un plato, sin tan siquiera añadirle un chorro de aceite ni unas escamas de sal, así, como lo tomaríamos en su huerta. Y así lo hago. Y creerme si os digo que no hay bocado más exquisito.

Gracias por devolverme el sabor de los tomates que comia en la huerta de mi amigo Gaspar, que se abría entre los encinares de Les Gavarres, en aquella lejana infancia verde y transparente, cuando tan solo era un jóven e inexperto naturalista enamorado del bosque.

Vale la pena probar esos tomates. No existe producto más exquisito en el mercado.