(Reportaje publicado en el número de diciembre de 1998 de la revista Integral)
PASEOS CON... JOSÉ ANTONIO LABORDETA
Cuando pensé en Labordeta para compartir con
nuestros lectores este primer paseo tracé un imaginario círculo sobre el mapa
de Aragón. Porque Labordeta es, por encima de todo, aragonés. Desde las cumbres
nevadas del Pirineo hasta las tierras bajas de la plana turolense. Pero mi
sorpresa fue mayúscula cuando me citó en Galicia, a orillas del Miño, en las
Rias Baixas: “Esta es una tierra mágica”, me dijo por teléfono.
Nos citamos en Tomiño, cerca de Tuy y al
encontrarme con él y ver el reflejo del verde en su mirada entendí la cita. Un
bajo aragonés en el Miño sufre un atropello de sensaciones olorosas y húmedas
que contrastan con el paisaje de su memoria.
LABORDETA: Yo pertenezco a una tierra dura,
dramática y muy épica: mis raíces están en Belchite. Una tierra pobre,
esteparia y de clima riguroso donde apenas hay árboles ni frutos y pasear por
lugares como éste hace que uno la quiera como se quiere al hijo que ha nacido
con problemas: con más cariño a que los demás. Por eso yo amo tanto a Aragón y
cuando piso estos prados verdes, se apodera de mí una gran envidia y me acuerdo
mucho de mis paisanos.
Desde Tuy a Caldelas, pasando por Vide y As
Neves: tierra blanda y olor a leña mojada y a pan y a vino. La figura de Labordeta (con su zurrón, su garrote y su gabán) se
hace al terreno, se agazapa hasta co-fundirse con los paisanos, que
reconocen su televisiva silueta y le paran por la calle, le dan conversación, y
le agradecen el programa. Asisto a varias de estas calurosas muestras de
afecto. Labordeta pellizca la mejilla sonrosada de una niña que se ha acercado
a darle la mano
LABORDETA: Las gentes de esta tierra son
melancólicas, sobrias, llenas de misterio y de dudas. Siguen el pulso de las
estaciones, que aquí dejan mucha niebla y mucha lluvia. Un día como hoy es una
fiesta (luce un sol espléndido en todo el Bajo Miño). Luego está esa reverencia
por lo oculto, por los muertos. Aquí te quedas sorprendido de ver como al lado
del tingladillo donde toca la orquesta en verano está el cementerio, limpio y
ordenado. El muerto está en la plaza mayor de los pueblos, asistiendo a todos
los actos.
Bajamos al río y caminamos su orilla limpia.
Vuelan unas garzas. Los prados están mojados de escarcha y el verde aquí es
fluorescente. Paramos bajo un castaño donde los chiquillos juntan frutos. La
platica alcanza pronto tonos de crítica. Es Labordeta. Me señala río arriba,
hacía Porriño, donde empiezan a ceder los verdes.
LABORDETA:
El avance brutal de la especulación amenaza esta comarca. Aquí cerca,
río arriba, en la zona de Frieras, está la última presa y ahora se están
planteando hacer otra aún más abajo, con lo cual toda la gente que vivía del
Miño se va a ver más afectada aún. Los pescadores de angulas, de lampreas,
están en peligro. Sus palabras, sus modos, los útiles de trampeo (los pescos,
que eran unas piedras que se ponían para capturar a las anguilas), la cultura
del río en definitiva va a desaparecer si no hacemos algo para impedirlo.
Pero aquí abajo, en Candelas, famosa por sus
baños termales y por su escuela: O Pelouro, el río se abre formando una playa
(dicen que en este pasillo aterrizó Lindbergh) y Labordeta entretiene la mirada
ralentizando la palabra. Hay un viejo pescador sentado en una cesta de mimbre
que mira al agua desde la punta de la caña y una aldeana pasa por el camino de
tierra portando un fardo de hierba en la cabeza.
LABORDETA: Los oficios y tareas vinculadas a
la tierra también están en peligro de extinción. Este país ha abandonado
demasiado pronto el campo. Con la desaparición de las labores se está rompiendo
un ciclo de conocimiento cultural, y yo me pregunto ¿qué pasará si un día viene
una crisis universal energética y económica, quién nos enseñará los oficios?,
¿quien sabrá hacer carbón de leña, quien hará de molinero?. El camino de
regreso hacia la autogestión se haría entonces muy duro.
Paramos en un viejo figón del camino. Aquí el
vino de taberna es blanco. Un rosales bien frío. Labordeta se quita la gorra y
suelta labia. Es un privilegio charlar con este viejo profesor de historia,
cantante de las libertades y observador crítico de la realidad.
LABORDETA: A mi tierra le han arrancado el
paisaje a golpe de insensatez. Nos han cubierto el cielo de cables de alta
tensión, se han cargado el Pirineo, ahora se quieren cargar Riglos. Tenemos un
futuro amargo en ese aspecto. Los cambios sociales son de vaivén pero los
cambios en el paisaje permanecen. Todas las esperanzas están depositadas ahora
en la gente joven que reacciona defendiendo sus esencias, sus rasgos propios,
los valores que despreció mi generación. Mujeres y hombres muy preparados, que
han recuperado el diálogo con nuestros mayores y que le están echando un pulso
serio a las multinacionales.
Llegan los grelos. Y después de los cafés y
el chascarrillo, la despedida. Tomo un taxi que es un milquinientos blanco y me
alejo de Labordeta y de sus Rias Baixas. Porque este hombre, efectivamente, es
universal. JOSE LUIS GALLEGO.
RETRATO
Nací en Zaragoza en el año 1935, en el seno
de una familia pequeño-burguesa e ilustrada. En mi casa igual se leía a
Virgilio que a Lautremont. Tuve una infancia secretuda. No fui buen estudiante
pero sí buen amigo de mis amigos. Escribí versos y el franquismo me puso la
cara seria hasta tal punto que, durante unos años, olvidé el reirme. Tan tarde
empecé que ahora mi risa es un rictus un tanto conejil.
Un día me puse a Cantar convencido de que ése
no era mi oficio. Oficié en Andalán. Ahora sólo me produce
intranquilidad el fax. Lo demás, a mi edad, ya casi lo tengo todo controlado,
menos la vida, naturalmente.
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