Os dejo aquí una nueva entrega de mi serie de reportajes a personajes singulares "Paseos con" publicada entre 1998 y 2001 en la revista Integral. En este caso la entrevistada es la académica y escritora Soledad Puértolas, la gran dama de la novela española contemporánea.
Madrid, mayo de 2.000
Amanece
en la Casa de Campo. El taxi se desliza por la pista asfaltada en absoluto
silencio. Es una mañana de mayo, de esas que uno quisiera embalsamar y llevar
en la memoria el resto del año. Sol naranja. Cruzan arrendajos, urracas, mirlos
y currucas.
Le digo
al taxista que me deje en una terraza abierta y mientras me tomo el café con
leche releo a Soledad en un viejo libro: “siento el transcurrir del día minuto
a minuto, como contemplo, en la orilla del mar, la caricia de las olas o la
lenta y continua transformación de las nubes en el cielo”
“No te
preocupes, no hace nada, es un cachorro”. Son las primeras palabras de Soledad
antes de darme dos besos, mientras su perro, un labrador macizo, decide si
aprieta o no las fauces que sujetan mi espinilla. Un cojín destrozado sobre el
sillón me provoca un sudor frío. Sentada en el salón, rodeada de fotos de sus
seres queridos, la escritora ofrece una imagen de sosiego y calma. Es una mujer
bella y elegante, que atesora una serenidad inmensa, transmitida a través de la
mirada.
Soledad
Puértolas vive donde uno espera. Una casa añeja, de estilo modernista, con
patio interior y un amplio jardín en el que no paran de piar las polladas de
gorrión. Su despacho es inmenso y de madera. Huele a papel. “Vamos al jardín”. La
entrevista discurre en una mesa de mármol con una jarra de agua de la fuente
que ha empañado el cristal nada más caer. Hay muchos pájaros.
JL:
Vives en un entorno muy agradable ¿necesitas el contacto con la naturaleza?
SP: Si,
por supuesto, no podría vivir en el centro de una gran ciudad, me ahogaría.
Estuve
viviendo en Noruega cuando me casé. Es el país del mundo donde más he
disfrutado de la naturaleza. Saliamos de excursión, íbamos a merendar al campo,
a subir montañas. Después nos fuimos a California y vivía frente al mar en
Santa Bárbara. Allí me enamoré del agua. Desde entonces para mí el agua es el
referente en la naturaleza. Agua que está en el verde de los árboles, en el
rocío de la noche, agua de lluvia. Cuando regresé a Madrid la ciudad me causó
un gran rechazo y encontramos esta casa, que aunque no está en plena naturaleza
tiene un entorno muy agradable. Esta casa tiene algo especial para mi que me
mantiene muy lejos de la ciudad aun estando tan cerca.
JL: Es,
en cualquier caso, una opción intermedia.
SP: Más
que intermedia, lo que ocurre es que está mal enfocada. Estas ciudades mixtas
están mal hechas, deberían gozar de más espacios verdes. Aquí en Pozuelo, por
ejemplo, se diseñó un plan que respetaba mucha zona verde, y ahora se lo están
cargando. De hecho los vecinos hemos creado una plataforma para luchar en
defensa de ese plan y contra la voracidad constructora que solo piensa en
extender líneas de casas adosadas con pequeñísimos jardines cuadrados y
arrinconando el paisaje, que es muy agradable. Ya verás, vamos a dar un paseo.
(El
labrador se alborota al ver que Soledad coge la correa y esboza una sonrisa
canina cuando vuelve a ver mi espinilla).
SP:
Todavía no hemos tomado verdadera conciencia del destrozo que se está llevando
a cabo en los alrededores de las ciudades –paseamos por la Casa de Campo- convertidas
en moles de cemento que no paran de crecer de una forma totalmente desordenada
y agresiva para con la naturaleza. Es algo que me inquieta mucho. No hablo de
vivir en espacios virginales, en el monte, pero si de respetar ese orden
natural, esa libertad de paisaje que es la que nos da refugio cuando lo
necesitamos.
JL: Tu
acudes al refugio del campo muy a menudo
SP:
Todo el mundo necesita la conexión con la naturaleza, incluso aquellos a los
que le repele el campo. Hay gente urbanita, cierto, pero en el fondo del ser
humano yace el ansia del contacto con la naturaleza. Otra cosa es que los
gustos o las preferencias no la hayan dejado crecer, pero somos naturaleza y
romper ese vínculo a mi personalmente me angustiaría enormemente. Para mi no
tiene precio el poder salir a pasear cada día por aquí. Y no lo necesito para
escribir, lo preciso para mí, para estar a gusto. Como el contacto con el agua.
Cada tarde voy a nadar a la piscina. Soy inmensamente feliz en el agua. Es mi
entorno favorito. Por eso siento tanta atracción hacia los paisajes acuáticos:
los ríos y lagos, el mar.
JL: Y
la naturaleza agreste, la montaña, también te atrae la vida al aire libre lejos
de los pueblos y las ciudades.
SP:
Mira, a mí me pasa como a mucha otra gente, que lo salvaje, salvaje, me gusta
mirarlo, pero desde la distancia. No he practicado la escalada ni he realizado
largas travesías, ni me seduce aventurarme por paisajes desconocidos. Conozco
bien la montaña ya que de pequeña (me recuerda que nació en Zaragoza) subíamos
muchos fines de semana al Pirineo para pasar el día en el campo, por unos
lugares bellísimos. Pero lo que buscaba con afán entre el paisaje era un
referente, algo que me reconciliara. Sentada junto a un riachuelo me inundaba
una maravillosa sensación de paz. Cuando atravieso un valle o una vega sigo con
la mirada las hileras de chopos porque se que por allí discurre el río. En un
paisaje sin agua no me quedo. Algo curioso, porque provengo de un país seco: el
gran trauma de Aragón es el agua. Creo que por eso, cuando la descubrí, me
quedé para siempre. Paso muchas temporadas en Galicia (mi marido es gallego) en
la ría de Arousa, allí tenemos una cabaña de madera y disfruto de su
abundancia.
JL:
Vives entonces en un mundo bastante cerrado ¿te lo exige tu profesión?
SP: Mi
vida esta planteada de una forma muy relajada. Yo no puedo rendir más de tres
horas intensas frente al papel, pero sí que necesito mucho más tiempo para
darle vueltas a la cabeza, aunque esté haciendo otras cosas. Coso, me gusta
mucho coser, voy a nadar, salgo a pasear, a escuchar los pájaros. Las tres
horas que paso al día escribiendo son en realidad tres horas de trabajo mecánico
en las que sigo el dictado de lo que he ido madurando en el pensamiento durante
todo el día. Tal vez si que sea un mundo cerrado pero también funciono como
antena. Mantengo un contacto muy intenso con mi época y quienes me rodean. Yo
escribo día a día, mientras veo la televisión, escucho la radio o atiendo el
teléfono. Todos mis libros son una traducción de mi historia vital. Todos mis
personajes han sido previamente vividos por mí. Mantengo pleno contacto con el
exterior, pero soy feliz en este refugio: es mi mundo.
Un
mundo en el que sin duda envidiaría vivir cualquier persona, pues está hecho a
escala humana, lleno de presencias, en consonancia con los seres queridos y el
paisaje sosegado que lo rodea, lejos del ruido y de la velocidad. Un mundo
donde el lento transitar de los acontecimientos permite ir traduciéndolos en
palabras. Palabras de las que surgen las novelas de mayor éxito de nuestra
narrativa actual. JOSE LUIS GALLEGO/Integral.
- Reportaje publicado por la revista INTEGRAL en el año 2.000 -
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