Divulgar desde la moderación y el comedimiento se hace difícil
cuando lo que proclamas es tu pasión en la vida, aquello a lo que más amas y en
lo que más crees.
Cuesta mucho mantener la templanza cuando uno ama
profundamente la naturaleza, se siente en deuda con ella y ha consagrado su
oficio a defenderla de las amenazas que le surgen a diario.
Porque al sentirte
tan íntimamente unido a ella, al alcanzar un grado de imbricación tan alto con
la natura y el planeta en su conjunto, toda agresión al medio ambiente deviene en
agravio personal y da origen a esa reacción tan atávica que es la violencia en la respuesta.
Pero la violencia es la peor de las respuestas, la más ineficaz a
la que podemos recurrir ante un ataque, especialmente
cuando ejercemos como divulgadores ambientales y lo que pretendemos es dar
réplica a una agresión al medio ambiente.
Aunque en algunas ocasiones me haya visto superado por las emociones (lo
reconozco) lo cierto es que en los últimos tiempos dedico no pocos esfuerzos a la difícil tarea de no sucumbir a la
tentación del insulto o la descalificación general ante un agravio a la naturaleza: aunque ese agravio constituya un ultraje a la razón intento razonar la respuesta.
Si tenemos todos claro que la violencia es el recurso del
incompetente (pocos aforismos más acertados que éste) no podemos, no debemos entregarnos
a ella, porque eso nos resta credibilidad, nos hace distantes en lugar de
distintos, ofusca el mensaje y provoca el rechazo en aquellos que prefieren el argumento al sarcasmo, por brillante que este sea.
En la tarea, tan dura como hermosa, de divulgar el medio
ambiente para avanzar hacia un mundo más limpio, justo y sostenible, debemos dedicar más esfuerzos a aunar criterios que a levantar pasiones. Antes que excitar los ánimos lo que hay que hacer es provocar la reflexión,
y eso solo se consigue atendiendo a la razón antes que al instinto.
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