Cuando era pequeño, con el final del verano llegaba el viaje al pueblo de mis padres, Camporrobles, cerca de Utiel y Requena, en Valencia, donde mi madre había heredado una pequeña viña que, a decir de las gentes del pueblo, daba el mejor vino de la comarca.
Era tiempo de vendimia y cargados de capazos, tijeras de podar y comida nos íbamos hacia las afueras del pueblo para seguir por caminos de tierra hasta llegar a la casilla junto a la viña, con el tractor de mi tio Antonio, para recolectar el fruto de las cepas.
Recuerdo nítidamente como me gustaba notar el tacto prieto y refrescante de los racimos en mi pequeña mano, que apenas los podía sostener de grandes que eran, y su diferente sabor dependiendo de la variedad: royal, moscatel, tempranillo... que maravilla. Y también como mientras mi familia hacia la siesta yo me iba solo, a unas peñas cercanas, para ver el nido de unas águilas y levantar los bandos de perdices con el propósito de que las atacaran y poder asistir en vivo a aquel espectáculo que había contemplado en los documentales de Félix. Jamás lo conseguí.
Luego, cuando empezaba a caer el sol, después de merendar chuletas asadas en sarmientos y pan con vino y azúcar, con el tractor cargado hasta los topes de uva, bajábamos al pueblo mi tío, mis primos y yo para vaciar el remolque en los tanques de la cooperativa.
Al llegar le clavaban una varilla de acero inoxidable para calcular el grado (siempre entre 12 y 14) anotaban el peso, y vaciábamos el fruto de nuestro esfuerzo sumándolo al del resto (todo un símbolo).
Recuerdo que el pueblo entero, que digo: toda la comarca, olía a mosto. Y ese es desde entonces el olor que conservo anclado en la memoria de mis felices y rapaces días de la infancia en el pueblo, el aroma inconfundible de la cosecha por excelencia en el campo español: la vendimia.
Feliz cosecha a todos, ojalá os sea propicia !!!
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